Había una vez un hombre muy rico que vivía como príncipe. Muy por la mañana comía el desayuno.
-¿no se toma el desayuno?
-Sí, pero este señor comía el desayuno. Pues, le servían una gran taza de leche "postera" , con gotas de algún licor; un plato de lomo fino, bien asado; pasa enteras, huevos fritos y una taza de chocolate con pan de huevo y queso de Cayambe.
-¡Más que almuerzo!
Así es. Barriga llena, corazón contento, don ramón gozaba de la vida. Después del desayuno dormía la siesta. A la tarde, oloroso a perfume, salía a la calle. Bajaba a la Plaza Grande. Se paraba delante del gallo de la Catedral. Burlándose le decía:
-¡Qué gallito! ¡Que disparate de gallito!
-¿no se toma el desayuno?
-Sí, pero este señor comía el desayuno. Pues, le servían una gran taza de leche "postera" , con gotas de algún licor; un plato de lomo fino, bien asado; pasa enteras, huevos fritos y una taza de chocolate con pan de huevo y queso de Cayambe.
-¡Más que almuerzo!
Así es. Barriga llena, corazón contento, don ramón gozaba de la vida. Después del desayuno dormía la siesta. A la tarde, oloroso a perfume, salía a la calle. Bajaba a la Plaza Grande. Se paraba delante del gallo de la Catedral. Burlándose le decía:
-¡Qué gallito! ¡Que disparate de gallito!
Luego Don Ramón seguía por la bajada de Santa Catalina. Entraba en la tienda de la señora Mariana. Allí se quedaba hasta la noche. Cuando regresaba a su casa, don Ramón ya estaba coloradito. Había tomado algunas mistelas. Entonces gritaba:
-¡Para mí no hay gallitos que valgan! ¡Ni el gallo de la Catedral!
¡Don Ramón se creía el mejor gallo del mundo! Una vez ... había tomado más mistelas que de costumbre. Al pasar por el atrio de la Catedral, volvió a desafiar al gallo:
- ¡Qué tontera de gallito! ¡No hago caso ni gallo de la Catedral!
En ese momento se volvió más oscura la noche. Sintió que una espuela enorme le rasgaba las piernas. Cayó herido. El gallito le sujetaba y no le dejaba moverse. Un sudor frío corría por el cuerpo de don ramón. Creí que le había llegado el momento de morir. En eso oyó una voz que le decía:
¡Prométeme que no volverás a tomar mistelas!
¡Lo prometo! ¡Ni siquiera tomaré agua!
¡Prométeme que nunca jamás volverás a insultarme !
¡Lo prometo! ¡Ni siquiera te nombraré!
¡Levántate, hombre! ¡Pobre de ti si no cumples tu palabra de honor.
Muchas gracias por tu perdón, gallito.
Conseguido lo que esperaba, el gallito regresó a su puesto.
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